El futbol es una pieza de dramaturgia moderna, representada sobre una alfombra de pasto verde. En el guión sólo puede haber perdedores y ganadores ante un río de emociones que arrastra desde euforia hasta la más profunda tristeza. De actividad de aristócratas en Inglaterra en el XIX pasó a ser de todos en muy pocas décadas. Hoy, es una válvula de escape para millones en el mundo mientras la realidad transcurre con sus crisis económicas y sociales. Sea o no refugio, este deporte logra concentrar a millones de personas ya sea en los estadios o frente a la televisión. Frente a todos los pesares, es el espejo más fiel de la esperanza. ¿Qué tiene el futbol para lograr esto? ¿Por qué logra mover masas en un país con atribulaciones? ¿Por qué hace que se olviden los problemas? Los expertos responden que se trata de una construcción de sueños con una carga de símbolos. Pero advierten que la ensoñación es finita, que sólo dura 90 minutos
Ciudad de México, 9 de junio (SinEmbargo).– El futbol, ese drama representado sobre una alfombra de pasto verde, atrajo un promedio de 3.8 millones de aficionados a los estadios mexicanos en los últimos cinco años, registro que encontró su pico más alto en la Clausura 2013 cuando más de cuatro millones de individuos entraron al estadio Azteca para atestiguar el fin de la temporada de la Primera División.
Según la Liga MX, hay más hitos: el certamen que abrió la temporada 2013-2014 tuvo una afluencia de tres millones 207 mil 293 personas en fase regular y 474 mil 25 en Liguilla, y en la clausura, la asistencia aumentó en 133 mil 320 espectadores respecto a 2013.
Esos números resultan de la decisión de pagar un boleto para presenciar un juego. Pero en los hogares, se desgranan más historias: la consultora deportiva Mxsports y la empresa Sports Media Watch calculan que una final de futbol mexicano de 2010 hasta ahora, tiene un promedio de audiencia de 18.5 puntos; es decir, 31.45 millones de televidentes. El punto máximo se encuentra en el partido de vuelta entre América y Cruz Azul que llegó a tener más de 51 millones.
¿Qué tiene el futbol para lograr esto? ¿Por qué logra mover masas en un país con atribulaciones? ¿Por qué hace que se olviden los problemas? Los expertos responden que se trata de una construcción de sueños dentro de la realidad con una carga de símbolos; una dramaturgia moderna representada durante 90 minutos en una cancha de 110 metros de largo por 75 de ancho en la que reinan elementos de suspenso con tanta fuerza que logran mantener la concentración de un público que mezcla alegría, admiración, frustración y hasta dolor.
Samuel Martínez, profesor-investigador del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana (UIA) y quien desde hace un lustro coordina el proyecto de investigación, “Futbol, Cultura y Medios de Comunicación en México”, reflexiona: “El futbol forma parte de las tecnologías de la modernidad. A través de ellas, las personas se apropiaron del discurso, el cual está relacionado con el progreso, la eficiencia, el rendimiento, la medición estadística, y una noción del cuerpo a través de una visión científica”.
En el flujo informativo también hay claves de esta masificación. Respecto al futbol, nunca hay vacíos. Antes, durante y después de cada encuentro, los mensajes fluyen. Incluso cuando no hay torneos, la fuente de información es imparable. Ángel Húguez Sánchez, periodista deportivo y coautor del libro Sí se puede. El TRI en los Mundiales, encuentra en la aglutinación futbolística razones económicas, políticas y de medios. “El futbol se fortaleció en las partes más pobladas del país; es decir, en el Centro, Occidente y Norte. Los equipos más importantes están en la Ciudad de México y Guadalajara, y los más poderosos económicamente, en Monterrey. En esos lugares se encuentran también los medios de comunicación con mayor influencia a nivel nacional, lo que al futbol le da una divulgación vasta”.
Giovanni Stefano Niro es director de Servicios Creativos, empresa de Mercadotecnia. Se ha especializado en la ética detrás de los mensajes del Deporte- Espectáculo. Cuando piensa por qué se reúnen tantos millones de personas en torno al futbol pone en su lista de factores a los medios de comunicación en primer término: “Los medios que lo siguen, la mercadotecnia, la nacionalidad o regionalidad conforman una mezcla perfecta para que mueva masas”.
No siempre fue así. Samuel Martínez, el investigador de la UIA, hace una acotación: “Empezó como un deporte elitista, macho y autocrático”. Y ahonda en tal génesis: “Nació en el contexto de la guerra moderna en el siglo XIX, justo cuando empezaban a crecer las ciudades. Los campesinos que se volvían obreros o trabajadores de la industria adoptaron algunas prácticas modernas, entre ellas el futbol”.
A través de las relaciones comerciales de Inglaterra, el consumo del futbol se expandió y a mediados del siglo XX, ya era el deporte internacional más practicado y con la mayor convocatoria. En pocas décadas, de actividad de caballeros aristócratas se había convertido en una práctica atlética en otros estratos sociales. Para el investigador de la UIA, este atractivo se incrementó debido a sus características: “Se practica con los pies -la parte menos controlable de las extremidades a diferencia de las manos-, se juega con un balón en un espacio abierto, tiene un tiempo definido; además de 17 reglas. Sobre todo, siempre hay incertidumbre respecto a quién ganará y quién perderá”.
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La escapatoria de los problemas sociales y políticos a través del futbol aparece de manera recurrente cuando se piensa en la movilización de las masas que logra. Para los mexicanos, se ha convertido en una válvula de escape de las crisis sistemáticas que desde los años 70 han asolado con fantasmas como bajo poder adquisitivo, deterioro en el nivel educativo, crisis alimentaria y violencia, coinciden quienes hablan para este texto.
En el preámbulo del Mundial de Brasil, la agenda nacional rozó el entorno del balompié. Preocupado por la atracción que –inevitablemente- generará el campeonato de la FIFA, el coordinador del Partido de la Revolución Democrática en el Senado, Miguel Barbosa Huerta, solicitó un retraso en la discusión de la Reforma Energética para evitar la distracción de la población.
La respuesta fue un exabrupto. El Presidente de la Comisión de Energía del Senado, el panista David Penchyna Grub, dijo que era “un debate de idiotas que nubla la mirada y la altura”. El senador priista justificó su respuesta en que nadie debe cuestionarse si la aprobación de las leyes energéticas debe ocurrir o no al mismo tiempo que los juegos mundialistas; lo que debe ser discutido es si hay una mejor manera de explotar los recursos de los mexicanos.
Samuel Martínez López, quien ha pasado los últimos cuatro años en la investigación de la recepción del futbol en México para la coyuntura del Mundial, no niega que el futbol sea una gran bocanada de oxígeno frente a las atribulaciones políticas. “Claro que lo es. Los seres humanos en todas las sociedades vivimos en tensión con nosotros mismos porque tenemos que mantener un nivel de energía. Pero también vivimos en tensión con otros. Y esas tensiones sociales, todas las sociedades han aprendido a regularlas. El futbol ha servido para ello”.
¿El Mundial llega en un momento propicio para la distracción? Stefano Niro, el director de Servicios Creativos, hace hincapié en que los mundiales de futbol se realizan cada cuatro años sin que se tome en cuenta las situaciones socio-políticas de los países. Si se habla en particular de México, el publicista piensa que con futbol o sin él, “el día a día se vive muy lejos de las situaciones graves del país. El grueso de la sociedad ve por sus propios intereses y necesidades más básicas. Lo que pasa en lo judicial o político nos queda muy arriba y difícilmente la sociedad puede intervenir. De modo que el futbol no es cortina de humo”.
HE AHÍ QUE LA ESPERANZA AÚN ES VERDE
El 19 de mayo pasado se dieron a conocer los resultados de un simulador creado por el físico matemático mexicano Raúl Rojas, catedrático de inteligencia Artificial en la Universidad Libre de Berlín: al equipo verde le dio 1 por ciento de probabilidades de llegar la final y el mismo porcentaje para ganar la Copa (www.worldcup-simulator.de). El panorama se nubló un poco más cuando el 30 de mayo, al vencer con marcador 3-1 a Ecuador, los jugadores mexicanos Luis Montes y Rafael Márquez quedaron lesionados.
En el aspecto técnico, la selección nacional vive tiempos críticos. Aunque calificó a la Copa mundialista, 2013 fue un año de pésimos resultados y en consecuencia, de decepción para los seguidores. Hasta septiembre, completó seis juegos locales de los cuales no ganó ninguno. Para colmo, perdió en la Copa de Confederaciones en Brasil y en la de Oro, en Estados Unidos. En octubre, el consejo de dueños del futbol mexicano dio a conocer un cambio en la dirección técnica: cesó a Víctor Manuel Vucetich y nombró a Miguel Herrera Aguirre.
En noviembre, en un juego de repechaje intercontinental, envuelta en presión y la advertencia de la crítica de que el negocio del futbol estaba a punto de derrumbarse, la selección mexicana finiquitó el trámite de calificar al Mundial de Brasil 2014 con la derrota de 4-2 (9-3 en el marcador global) a Nueva Zelandia.
Esta bitácora de derrotas (y finalmente el logro de la clasificación) coincidió con la desaceleración económica y una crisis de violencia crispada en Michoacán, Tamaulipas y el Estado de México. Si al futbol se le considera la gran escapatoria o fuente de buen ánimo, el paisaje para los mexicanos no era bueno. Esos son los antecedentes del papel de la selección mexicana. Ángel Húguez Sánchez, periodista deportivo, resume que si bien la selección nacional de futbol no es un espejo del país, “es la representación mexicana más mexicana en estos tiempos mundialistas en la medida en que va en crisis».
Con todo, hay esperanza. Y eso es natural. “La manera en que un campeonato del mundo se sostiene es con ilusión. Hacer creer que esa selección te representa, que esa selección es importante, que esa selección pone en juego la imagen del país”, dice Samuel Martínez, profesor investigador de la UIA. Y abunda: “Todos los discursos que se construyen están perfectamente delineados con esta visión romántica de que la selección es pura pasión, que la selección nos representa”.
De hecho, en una ceremonia oficial, el Presidente Enrique Peña Nieto abanderó a la selección mexicana. Tras el discurso del técnico Miguel Herrera, el primer mandatario dijo hablar en nombre del pueblo y de todos los mexicanos. “La patria –exclamó- les entrega nuestra bandera nacional, el recibirla es una responsabilidad con su país… Salgan a poner en alto el nombre de México”.
Para Samuel Martínez vale una aclaración: “La dueña de la selección es la Federación Mexicana de Futbol, que es una asociación civil, privada y sin fines de lucro. No es el Estado Mexicano, no es la Confederación Nacional del Deporte, no son Los Pinos”.
¿Por qué no se hace hincapié en ello? Aquí, el investigador encuentra otra razón de la masificación del futbol. “Una de las estrategias a través de las que se logra enganchar a muchas personas es dejando de mencionar que la selección tiene dueño. Y ese dueño no son los mexicanos”.
VIOLENCIA EN LA CANCHA
Ahora bien, los aficionados, ¿saben que viven otra vida a través de otros? ¿Que así interiorizan sus triunfos y fracasos? ¿Son conscientes de lo que representan para una industria millonaria? Un aficionado responde que sí a las tres preguntas porque “por su dosis de emoción, al futbol se le perdona todo”.
Es –quizá- una extrapolación. Pero el publicista Stefano de Niro admite una identificación única con la sociedad al grado de que los ciudadanos le atribuyen connotaciones culturales y sociales de su propio contexto. “En un encuentro entre dos equipos, hay un enfrentamiento entre dos fuerzas que buscan su posición dominante y auto-reconocimiento”, expresa.
Para Samuel Martínez, el investigador de la UIA, “Cuando dos equipos se enfrentan, no sólo se están enfrentando 22 personas; sino dos maneras de ver la realidad. Eso genera una identidad. Quienes asisten a los estadios están con uno u otro equipo. Las identidades son de dos tipos: de los clubes, que significa irle al América o a Los Pumas, o de las selecciones nacionalistas en las que uno le va al equipo del país donde nació”.
El futbol surgió como sustituto de las guerras, como un juego entre rivales civilizados para que dejara de correr sangre como solía ocurrir entre guerreros por deudas de honor o amor. Pero faltaban 40 días para la fiesta de inauguración del Mundial de Brasil y el joven de 26 años, Paulo Ricardo Gomes, murió porque alguien le arrojó un retrete en el estadio Arruda en Santa Cruz de Recife. Seis meses antes, un domingo, una batalla entre el Atlético Paranaense y el Vasco de Gama dejó decenas de heridos. Se enfrentaron dos aficiones.
En las metáforas, el futbol aparece como una representación dramática sobre una alfombra de pasto verde o una realidad dentro de otra o una gran representación teatral moderna. Pero el investigador Samuel Martínez, de la UIA, habla sobre que ese gran sueño tiene fin. Y que todo vuelve a empezar, pero no dulcemente. “El futbol dura dos horas. Cuando sales de ese espectáculo regresas al mundo, a su forma y estructura. Y la violencia forma parte de la vida humana. Aunque se pretenda eliminar, está ahí. Y cuando hablas de países en vías de desarrollo donde hay corrupción, impunidad, desigualdad social; donde las democracias son Estados fallidos, donde no funcionan las leyes, donde no hay impartición de justicia, la violencia forma parte de la vida cotidiana, en todas sus manifestaciones simbólicas o físicas”.